jueves, 8 de marzo de 2012

Libro de cuentos

Me agarraba del brazo, puede que más fuerte de lo que se considera normal, mientras se lamía los labios una y otra vez para evitar gritar. Sabía que quería gritarme, zarandearme, incluso golpearme; pero intentaba contenerse.
Yo, apoyada contra la pared de fríos ladrillos, me limitaba a sollozar en susurros mientras me tragaba las lágrimas. Tenía el brazo derecho inmovilizado por el apretón que ejercía su mano sobre él y con el izquierdo sujetaba detrás de mi espalda un libro de cuentos.
Había llegado a preguntarme cientos, miles de veces, qué daño podía llegar a hacer un simple libro. Los libros suelen ayudarnos, nos dan consejos, nos transportar a otros mundos. ¿Qué mal podría provocar un libro?
Seguía sujetándome. No parecía querer soltarme, al menos por el momento. Sentía como la mano se me dormía. No dejaba de apretar. Su fuerza iba en un creccendo constante. Quería que me soltara. Lloraba, suplicaba... pero no soltaba.
Me separó de la pared de un tirón, como si yo fuera una simple muñeca de trapo y mi peso no fuera superior al de una ramita. De hecho, mi cabeza me repetía una y otra vez que una muñeca de trapo era más importante que yo en aquel momento.
Me dio la vuelta y arrancó el libro de mi mano. Llegados aquel punto el libro era una extensión más de mi propio cuerpo. Dolía que me lo quitara.
Me soltó, por fin. Yo caí el suelo, exhausta, acariciándome el brazo con la mano desprovista del libro. Lo tenía enrojecido, inflamado, me dolía al tocarlo.
Él seguía centrado en él, con la respiración acelerada y andando de un lado a otro sin parar mientras pasaba las páginas.
Entonces, de repente, se giró hacia mí. Puso sus ojos a la altura de los míos y me obligó a mirar cómo arrancaba una hoja tras otra mientras decía:
- ¿Sabes lo que estoy haciendo? Voy a destruir esto que llamas libro y a lo que tanto pareces amar. ¿Por qué? ¿Placer? ¿Odio? ¿Envidia? ¡Qué más da! Lo único importante aquí es que tú veas como acabo con este pozo de sueños falsos. Pero es por tu bien, créeme.
No pude hacer más que llorar. Intentar creer sus palabras. Él solo quería lo mejor para mi, me quería. Lo hacía por mi y, aunque no parecía tener mucho sentido en el interior de mi cabeza, me obligué a creerlo.
Algo repiqueteó en mi cabeza con un constante "¿por qué?", pero le bajé el volumen y volví a centrarme en el arrancar de hojas.
- Sabes... nunca comprenderé por qué esa obsesión con leer. Es una pérdida de tiempo.
Hinché los pulmones. Tal vez debí haber mantenido la boca cerrada, pero no pude evitar responder en un leve murmullo:
- Una vez oí que los cuentos nos hacen tener esperanza. Nos ayudan a creer que lo imposible... puede llegar a ser posible.

Escrito por @CanGo2Neverland

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